lunes, 5 de enero de 2009

Felices reyes......!!! carbón o regalos???


En 1963 San Josemaría pronunció la homilía titulada “En la Epifanía del Señor”. Ofrecemos ahora, en audio y texto, un fragmento de esta homilía:

"Videntes autem stellam gavisi sunt gaudio magno valde (Mt II, 10.), dice el texto latino con admirable reiteración: al descubrir nuevamente la estrella, se gozaron con un gozo muy grande. ¿Por qué tanta alegría? Porque, los que no dudaron nunca, reciben del Señor la prueba de que la estrella no había desaparecido: dejaron de contemplarla sensiblemente, pero la habían conservado siempre en el alma. Así es la vocación del cristiano: si no se pierde la fe, si se mantiene la esperanza en Jesucristo que estará con nosotros hasta la consumación de los siglos (Mt XXVIII, 20.), la estrella reaparece. Y, al comprobar una vez más la realidad de la vocación, nace una mayor alegría, que aumenta en nosotros la fe, la esperanza y el amor.

Entrando en la casa, vieron al Niño con María, su Madre, y, arrodillados, le adoraron (Mt II, 11.). Nos arrodillamos también nosotros delante de Jesús, del Dios escondido en la humanidad: le repetimos que no queremos volver la espalda a su divina llamada, que no nos apartaremos nunca de El; que quitaremos de nuestro camino todo lo que sea un estorbo para la fidelidad; que deseamos sinceramente ser dóciles a sus inspiraciones. Tú, en tu alma, y también yo –porque hago una oración íntima, con hondos gritos silenciosos– estamos contando al Niño que anhelamos ser tan buenos cumplidores como aquellos siervos de la parábola, para que también a nosotros pueda contestarnos: alégrate, siervo bueno y fiel (Mt XXV, 23.).

Y abriendo sus tesoros le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra (Mt II, 11.). Detengámonos un poco para entender este pasaje del Santo Evangelio. ¿Cómo es posible que nosotros, que nada somos y nada valemos, hagamos ofrendas a Dios? Dice la Escritura: toda dádiva y todo don perfecto de arriba viene (Iac I, 17.). El hombre no acierta ni siquiera a descubrir enteramente la profundidad y la belleza de los regalos del Señor: ¡Si tú conocieras el don de Dios! (Ioh IV, 10.), responde Jesús a la mujer samaritana. Jesucristo nos ha enseñado a esperarlo todo del Padre, a buscar, antes que nada, el reino de Dios y su justicia, porque todo lo demás se nos dará por añadidura, y bien sabe El qué es lo que necesitamos (Cfr. Mt VI, 32–33.)..."

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