sábado, 19 de marzo de 2016

Domingo de Ramos ciclo C

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 23,1 – 49

C. En aquel tiempo, los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas llevaron a Jesús a presencia de Pilato.
C. Y se pusieron a acusarlo, diciendo:
S. —«Hemos encontrado que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey.»
C. Pilato le preguntó:
S. —« ¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Él le responde:
 —«Tú lo dices.»
C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:
S. —«No encuentro ninguna culpa en este hombre.»
C. Pero ellos insistían con más fuerza, diciendo:
S. —«Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí.»
C. Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes, que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió.
C. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada.
Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco.
Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre sí.
C. Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo:
S. —«Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha hecho nada digno de muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré.»
C. Ellos vociferaron en masa:
S. —« ¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabás.»
C. Este había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.
     Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando:
S. —« ¡Crucifícalo, crucifícalo!»
C. Por tercera vez les dijo:
S. —«Pues, ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré.»
C. Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío.
     Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad.
C. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.
     Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él.
     Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
 —«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: "Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado." Entonces empezarán a decirles a los montes: "Caed sobre nosotros", y a las colinas: "Cubridnos"; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?»
C. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.
C. Y, cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Jesús decía:
 —«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»
C. Hicieron lotes con sus ropas, y los echaron a suerte.
C. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas, diciendo:
S. —«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.»
C. Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
S. —«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.»
C. Había también por encima de él un letrero: «Éste es el rey de los judíos.»
C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:
S. —« ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.»
C. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
S. —« ¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo.»
C. Y decía:
S. —«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.»
C. Jesús le dijo:
 —«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso.»
C. Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:
+ —«Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.»
C. Y, dicho esto, expiró.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa
C. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios, diciendo:
S. —«Realmente, este hombre era justo.»
C. Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho.
Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.

Palabra del Señor

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