De la Holilia de hoy en Santa Marta te copio la referencia de Papa al Evangelio.
En el Evangelio (Mt 21,23-27) están los jefes de los sacerdotes que preguntan a Jesús con qué autoridad actúa. No tienen horizontes, son hombres encerrados en sus cálculos, esclavos de sus propias rigideces. Y los cálculos humanos cierran el corazón, cierran la libertad, mientras que la esperanza nos hace ligeros. ¡Qué hermosa es la libertad, la magnanimidad, la esperanza de un hombre y una mujer de Iglesia. En cambio, qué fea y cuánto mal hace la rigidez de una mujer o de un hombre de Iglesia, la rigidez clerical, que no tiene esperanza. En este Año de la Misericordia, están esos dos caminos: quien tiene esperanza en la misericordia de Dios y sabe que Dios es Padre, que Dios perdona siempre y todo, que más allá del desierto está el abrazo del Padre, el perdón. Y luego están los que se refugian en su esclavitud, en su rigidez, y no saben nada de la misericordia de Dios. Estos eran doctores, habían estudiado, pero su ciencia no les salvó.
Recuerdo que en 1992 en Buenos Aires, durante una Misa por los enfermos, estaba yo confesando desde hacía muchas horas, cuando llegó una mujer muy anciana, de ochenta años, con esos ojos que ven más allá, esos ojos llenos de esperanza. Y yo le dije: ‘Abuela, ¿viene usted a confesarse? Porque yo me estaba yendo’. ‘Sí’. ‘¡Pero si usted no tiene pecados!’. Y ella me dice: ‘Padre, todos los tenemos’. ‘Pero, ¿acaso el Señor no los perdona?’. ‘¡Dios lo perdona todo!’, me dijo. ‘¿Y cómo lo sabe?’, le pregunté. ‘Porque si Dios no lo perdonase todo, el mundo no existiría’. Ante estas dos personas –el libre, con la esperanza que te lleva a la misericordia de Dios, y el cerrado, el legalista, el egoísta, el esclavo de sus rigideces– recordemos la lección que me dio esta anciana de 80 años –era portuguesa–: Dios lo perdona todo, solo espera que tú te acerques.
En el Evangelio (Mt 21,23-27) están los jefes de los sacerdotes que preguntan a Jesús con qué autoridad actúa. No tienen horizontes, son hombres encerrados en sus cálculos, esclavos de sus propias rigideces. Y los cálculos humanos cierran el corazón, cierran la libertad, mientras que la esperanza nos hace ligeros. ¡Qué hermosa es la libertad, la magnanimidad, la esperanza de un hombre y una mujer de Iglesia. En cambio, qué fea y cuánto mal hace la rigidez de una mujer o de un hombre de Iglesia, la rigidez clerical, que no tiene esperanza. En este Año de la Misericordia, están esos dos caminos: quien tiene esperanza en la misericordia de Dios y sabe que Dios es Padre, que Dios perdona siempre y todo, que más allá del desierto está el abrazo del Padre, el perdón. Y luego están los que se refugian en su esclavitud, en su rigidez, y no saben nada de la misericordia de Dios. Estos eran doctores, habían estudiado, pero su ciencia no les salvó.
Recuerdo que en 1992 en Buenos Aires, durante una Misa por los enfermos, estaba yo confesando desde hacía muchas horas, cuando llegó una mujer muy anciana, de ochenta años, con esos ojos que ven más allá, esos ojos llenos de esperanza. Y yo le dije: ‘Abuela, ¿viene usted a confesarse? Porque yo me estaba yendo’. ‘Sí’. ‘¡Pero si usted no tiene pecados!’. Y ella me dice: ‘Padre, todos los tenemos’. ‘Pero, ¿acaso el Señor no los perdona?’. ‘¡Dios lo perdona todo!’, me dijo. ‘¿Y cómo lo sabe?’, le pregunté. ‘Porque si Dios no lo perdonase todo, el mundo no existiría’. Ante estas dos personas –el libre, con la esperanza que te lleva a la misericordia de Dios, y el cerrado, el legalista, el egoísta, el esclavo de sus rigideces– recordemos la lección que me dio esta anciana de 80 años –era portuguesa–: Dios lo perdona todo, solo espera que tú te acerques.
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