La envidia es justo lo opuesto a la caridad en el pensamiento, los sentimientos, los deseos y la conducta. Como miembros del Cuerpo Místico de Cristo, debemos ayudarnos y apoyarnos mutuamente, cosa que la envidia hace imposible. El amor se regocija en el bien allí donde lo encuentra; la envidia es la tristeza causada por el bien: ver la felicidad de otros hiere la mirada y el corazón del envidioso. El amor desea dar y la envidia recibir. El amor crea y la envidia aniquila. El amor construye y la envidia destruye. El amor presta ayuda a quien está necesitado, consuela al afligido y lucha por convertir en bueno todo lo malo; la envidia transforma la escasa felicidad de este mundo en mal, en pesar y en dolor. La alegría vengativa y resentida causada por la desdicha ajena va casi siempre acompañada de la envidia. Nada de esto procede de nuestro Padre del cielo, que es bondad infinita y que solo puede alegrarse en el bien. La satisfacción por la desgracia ajena tiene su origen en el demonio, el cual, en su profunda miseria, no conoce otro placer que el que halla en nuestro dolor.
El poder oculto de la Amabilidad
LAWRENCE G. LOVASIK
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