Exhortacion En 30 Parrafos, lo más importante.
Como para no leerla
1. El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y
abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del
corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de
la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios
intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se
escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no
palpita el entusiasmo por hacer el bien.
2. Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma
sin Pascua. Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas
las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se
transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la
certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo.
3. Puedo decir que los gozos más bellos y espontáneos que he
visto en mis años de vida son los de personas muy pobres que tienen poco a qué
aferrarse.
4. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que
humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos
para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción
evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el
sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?
5. Tampoco creo que
deba esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre
todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo. No es conveniente que
el Papa reemplace a los episcopados locales en el discernimiento de todas las
problemáticas que se plantean en sus territorios. En este sentido, percibo la
necesidad de avanzar en una saludable «descentralización».
6. La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en
la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la
humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente
de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas
escuchan su voz.
7. Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo
todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda
estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización
del mundo actual más que para la autopreservación. La reforma de estructuras
que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido:
procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria
en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes
pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva
de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad..
8. Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás,
también debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo
de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi
ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las
necesidades actuales de la evangelización.
9. En su constante discernimiento, la Iglesia también puede
llegar a reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del
Evangelio, algunas muy arraigadas a lo largo de la historia, que hoy ya no son
interpretadas de la misma manera y cuyo mensaje no suele ser percibido
adecuadamente. Pueden ser bellas, pero ahora no prestan el mismo servicio en
orden a la transmisión del Evangelio. No tengamos miedo de revisarlas. Del
mismo modo, hay normas o preceptos eclesiales que pueden haber sido muy
eficaces en otras épocas pero que ya no tienen la misma fuerza educativa como
cauces de vida.
10. A los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no
debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor que
nos estimula a hacer el bien posible. Un pequeño paso, en medio de grandes
límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente
correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades.
11. La Iglesia «en salida» es una Iglesia con las puertas
abiertas. Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica
correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener
el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o
renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino.
A veces es como el padre del hijo pródigo, que se queda con las puertas
abiertas para que, cuando regrese, pueda entrar sin dificultad.
12. Si la Iglesia entera asume este dinamismo misionero,
debe llegar a todos, sin excepciones. Pero ¿a quiénes debería privilegiar?
Cuando uno lee el Evangelio, se encuentra con una orientación contundente: no
tanto a los amigos y vecinos ricos sino sobre todo a los pobres y enfermos, a
esos que suelen ser despreciados y olvidados, a aquellos que «no tienen con qué
recompensarte» (Lc 14,14). No deben quedar dudas ni caben explicaciones que
debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, «los pobres son los
destinatarios privilegiados del Evangelio», y la evangelización dirigida
gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir
sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca
los dejemos solos.
13. Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por
salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad
de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por
ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y
procedimientos.
14. Así como el
mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la
vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la
inequidad». Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de
frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos
en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida
cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del
juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se
come al más débil.
15. Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero
hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y
entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de
la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de
oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo
de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad
–local, nacional o mundial– abandona en la periferia una parte de sí misma, no
habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan
asegurar indefinidamente la tranquilidad.
16. El individualismo posmoderno y globalizado favorece un
estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos
entre las personas, y que desnaturaliza los vínculos familiares. La acción
pastoral debe mostrar mejor todavía que la relación con nuestro Padre exige y
alienta una comunión que sane, promueva y afiance los vínculos interpersonales.
Mientras en el mundo, especialmente en algunos países, reaparecen diversas
formas de guerras y enfrentamientos, los cristianos insistimos en nuestra
propuesta de reconocer al otro, de sanar las heridas, de construir puentes, de
estrechar lazos y de ayudarnos «mutuamente a llevar las cargas» (Ga 6,2).
17. Nuestro dolor y nuestra vergüenza por los pecados de
algunos miembros de la Iglesia, y por los propios, no deben hacer olvidar
cuántos cristianos dan la vida por amor: ayudan a tanta gente a curarse o a
morir en paz en precarios hospitales, o acompañan personas esclavizadas por
diversas adicciones en los lugares más pobres de la tierra, o se desgastan en
la educación de niños y jóvenes, o cuidan ancianos abandonados por todos, o
tratan de comunicar valores en ambientes hostiles, o se entregan de muchas
otras maneras que muestran ese inmenso amor a la humanidad que nos ha inspirado
el Dios hecho hombre.
18. La cultura mediática y algunos ambientes intelectuales a
veces transmiten una marcada desconfianza hacia el mensaje de la Iglesia, y un
cierto desencanto. Como consecuencia, aunque recen, muchos agentes pastorales
desarrollan una especie de complejo de inferioridad que les lleva a relativizar
u ocultar su identidad cristiana y sus convicciones. Se produce entonces un
círculo vicioso, porque así no son felices con lo que son y con lo que hacen,
no se sienten identificados con su misión evangelizadora, y esto debilita la
entrega. Terminan ahogando su alegría misionera en una especie de obsesión por
ser como todos y por tener lo que poseen los demás.
19. Una de las
tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de
derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de
vinagre. Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en
el triunfo.
20. El ideal cristiano siempre invitará a superar la
sospecha, la desconfianza permanente, el temor a ser invadidos, las actitudes
defensivas que nos impone el mundo actual.
21. Más que el ateísmo, hoy se nos plantea el desafío de
responder adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente, para que no busquen
apagarla en propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne y sin compromiso
con el otro. Si no encuentran en la Iglesia una espiritualidad que los sane,
los libere, los llene de vida y de paz al mismo tiempo que los convoque a la
comunión solidaria y a la fecundidad misionera, terminarán engañados por
propuestas que no humanizan ni dan gloria a Dios.
22. La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de
apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar
de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal. Es lo que el
Señor reprochaba a los fariseos: «¿Cómo es posible que creáis, vosotros que os
glorificáis unos a otros y no os preocupáis por la gloria que sólo viene de
Dios?» (Jn 5,44).
23. Esta oscura mundanidad se manifiesta en muchas actitudes
aparentemente opuestas pero con la misma pretensión de «dominar el espacio de
la Iglesia». En algunos hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina
y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una
real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia.
Así, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión
de pocos. En otros, la misma mundanidad espiritual se esconde detrás de una
fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas, o en una vanagloria
ligada a la gestión de asuntos prácticos, o en un embeleso por las dinámicas de
autoayuda y de realización autorreferencial. También puede traducirse en
diversas formas de mostrarse a sí mismo en una densa vida social llena de
salidas, reuniones, cenas, recepciones. O bien se despliega en un funcionalismo
empresarial, cargado de estadísticas, planificaciones y evaluaciones, donde el
principal beneficiario no es el Pueblo de Dios sino la Iglesia como
organización.
24. La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer
en la sociedad, con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades
peculiares que suelen ser más propias de las mujeres que de los varones. Por
ejemplo, la especial atención femenina hacia los otros, que se expresa de un
modo particular, aunque no exclusivo, en la maternidad. Reconozco con gusto
cómo muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales junto con los
sacerdotes, contribuyen al acompañamiento de personas, de familias o de grupos
y brindan nuevos aportes a la reflexión teológica. Pero todavía es necesario
ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia.
25. Las reivindicaciones de los legítimos derechos de las
mujeres, a partir de la firme convicción de que varón y mujer tienen la misma
dignidad, plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y que no se
pueden eludir superficialmente. El sacerdocio reservado a los varones, como
signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no
se pone en discusión, pero puede volverse particularmente conflictiva si se
identifica demasiado la potestad sacramental con el poder.
26. Nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la
intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y
nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad
civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos.
¿Quién pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de san Francisco
de Asís y de la beata Teresa de Calcuta? Ellos no podrían aceptarlo. Una
auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un profundo
deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de
nuestro paso por la tierra.
27. Para la Iglesia la opción por los pobres es una
categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica.
Dios les otorga «su primera misericordia». Esta preferencia divina tiene
consecuencias en la vida de fe de todos los cristianos, llamados a tener «los
mismos sentimientos de Jesucristo» (Flp 2,5).
28. Siempre me angustió la situación de los que son objeto
de las diversas formas de trata de personas. Quisiera que se escuchara el grito
de Dios preguntándonos a todos: «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). ¿Dónde está
tu hermano esclavo? ¿Dónde está ese que estás matando cada día en el taller
clandestino, en la red de prostitución, en los niños que utilizas para
mendicidad, en aquel que tiene que trabajar a escondidas porque no ha sido
formalizado? No nos hagamos los distraídos. Hay mucho de complicidad. ¡La
pregunta es para todos! En nuestras ciudades está instalado este crimen mafioso
y aberrante, y muchos tienen las manos preñadas de sangre debido a la
complicidad cómoda y muda.
29. Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con
predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e
inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en
orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo
legislaciones para que nadie pueda impedirlo. Frecuentemente, para ridiculizar
alegremente la defensa que la Iglesia hace de sus vidas, se procura presentar
su postura como algo ideológico, oscurantista y conservador. Sin embargo, esta
defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier
derecho humano. (…) Precisamente porque es una cuestión que hace a la
coherencia interna de nuestro mensaje sobre el valor de la persona humana, no
debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión. Quiero ser
completamente honesto al respecto. Éste no es un asunto sujeto a supuestas
reformas o «modernizaciones».
30. A veces sentimos la tentación de ser cristianos
manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere
que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás.
Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que
nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que
aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros
y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos
complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la
experiencia de pertenecer a un pueblo.
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