Ayer estuve en una charla sobre Matrimonio y la Exhoratcion nueva que ha publicado Francisco Papa, me descubrieron Discurso D. Ricardo Blazquez inauguración 107 asamblea plenaria de la Conferencia Epsicopal Española y oír eso una vez leído pego aquí lo que más me ha llamado la atención.
Descargar la exhortación Click abajo.
Amoris letitia
Lo primero que pego es lo que más me ha chocado , pero para bien y que va casi al final del discurso.
Enumero.
1.
Este largo itinerario recorrido “sinodalmente” ha culminado en esta preciosa exhortación; no hay cambio de doctrina, como era de suponer, pero sí hay aliento nuevo, lenguaje nuevo y actitud nueva ante las variadas situaciones, que ya no son o todavía no son plenamente matrimonio cristiano. Abre caminos nuevos de actuación pastoral en la Iglesia, o, como dijo en la 14 presentación el cardenal Schönborn, “algo ha cambiado en el discurso eclesia”. -
2.
«La alegría del amor (Amoris laetitia) que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia»: así comienza la mencionada exhortación apostólica postsinodal, firmada por el papa el día 19 de marzo, fiesta de San José. Este comienzo se sitúa en la misma perspectiva de su primera exhortación apostólica, que a su vez era programática de su pontificado. «La alegría del Evangelio (Evangelii gaudium) llena el corazón y la vida entera de los que encuentran a Jesús». La carta apostólica dirigida a todas las personas consagradas en el inicio del Año de la Vida Consagrada lleva por título Testigos de la alegría. Estas coincidencias reiteradas e intencionadas nos llevan a la conclusión de que la alegría y el gozo del Evangelio iluminan el magisterio del papa Francisco. No es con mirada oscura y triste, sino gozosa y esperanzada por la salvación que proclama el Evangelio y comunica el encuentro con Jesucristo, impregnada por la misericordia de Dios, con la que contempla el papa Francisco a la humanidad en la hora presente. Esta alegría es compatible con las pruebas, ya que para los discípulos de Jesús crucificado y resucitado la cruz y la luz se armonizan en su existencia marcada por la Pascua 9 (cf. 1 Pe 1, 6-9; 4, 12-14). Esta alegría tiene su versión en el matrimonio cristiano, que dilata la amplitud del corazón. «La alegría matrimonial, que puede vivirse aun en medio del dolor, implica aceptar que el matrimonio es una necesaria combinación de gozos y de esfuerzos, de tensiones y de descanso, de sufrimientos y de liberaciones» (AL, n. 126). La visión que transmite la exhortación apostólica es realista con finura por la cercanía cordial a las personas en sus situaciones concretas, y también gozosa por el amor de Dios. No es difícil descubrir entre el papa Juan XXIII y el papa Francisco una afinidad de espíritu y de actitudes. Dios no es fuente de aflicción y tristeza, sino de gozo y paz. El Evangelio es Buena Noticia para los hombres, que alegra el corazón de quienes lo reciben y de los misioneros que lo anuncian. Por ello, un santo triste es un triste santo». Cargar con la cruz siguiendo al Señor vencedor del pecado y de la muerte fortalece el ánimo y otorga confianza. Ha sido una significativa coincidencia el que la publicación de la exhortación Amoris laetitia (AL) haya tenido lugar en el Año Jubilar de la Misericordia, ya que la lógica de la misericordia es clave del documento. Así leemos: «Es providencial que estas reflexiones se desarrollan en el contexto de un Año Jubilar dedicado a la misericordia, porque también frente a las más diversas situaciones que afectan a la familia, la Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona» (AL, n. 309). La misericordia del padre bueno de la parábola restituye al pródigo en la dignidad de hijo y lo reintegra en la casa paterna; en cambio, el rigor del hermano mayor, que se juzgaba cumplidor intachable de las órdenes del padre, excluía a su hermano y se negaba a entrar en la fiesta del perdón y de la alegría (cf. Lc 15, 11-32). «Dos lógicas recorren, según el papa Francisco, toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar. El camino de la Iglesia es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración. El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero; porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita. Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio» (AL, n. 297). Esto es válido para todos nosotros y también para los divorciados vueltos a casar. Por este dinamismo de la misericordia que tiende a integrar se comprende que nadie, aunque se halle en situación “irregular” por la unión matrimonial, debe considerarse excomulgado, al margen de la Iglesia y abandonado por Dios. No está remitido definitivamente solo a la misericordia de divina en su propio corazón y aisladamente, sino que puede continuar contando y viviendo en la Iglesia, que es casa de misericordia y sacramento de salvación. En diálogo cercano y confiado con otros cristianos y en movimiento de humilde retorno a Dios puede ser admitido por el ministro de la comunión eclesial en la vida y en las tareas de la Iglesia hasta donde ambos con sinceridad de conciencia y fidelidad evangélica, el presbítero y el cristiano que se halla en esa situación “irregular”, juzguen oportuno. En la exhortación apostólica es primordial el discernimiento cristiano. Supone la aceptación de la doctrina de la Iglesia y el respeto de las normas canónicas. Pero el discernimiento espiritual tiene algo de singular, ya que se trata de buscar la voluntad de Dios en una situación concreta de una persona singular. No basta para ello enumerar una casuística hasta el límite de lo previsible para encuadrar el caso concreto. Se requiere un aliento nuevo y una nueva actitud. El discernimiento, que nunca puede separarse de las exigencias de la verdad y del amor del Evangelio, busca abrirse a la Palabra de Dios que ilumina la realidad concreta de la vida de una persona, por definición irrepetible. Por ello, el discernimiento acontece en docilidad al Espíritu Santo. El discernimiento no significa ceder al individualismo ni al capricho de la persona; no es menos fiel al Evangelio que el atenimiento estricto a la letra. La conciencia personal, en que resuena la voz de Dios y brilla su luz, debe ser formada en el conocimiento del Evangelio y en la obediencia a Dios, pero no puede ser sustituida (cf. AL, n. 38); es como un santuario que nadie puede invadir. Como el discernimiento debe abrirse paso en la complejidad de una vida concreta con muchos condicionamientos, y como cada persona recorre su camino y tiene un ritmo propio de asimilación del Evangelio, no basta recordar y aplicar sin más los principios generales; debemos ejercitar la docilidad al Espíritu Santo, que actualiza, apropia y personaliza la Palabra de Dios en Jesucristo a cada cristiano. Acompañamiento de otros cristianos adultos, comunión leal en la Iglesia, obediencia fiel a Dios y escucha atenta de la conciencia convergen en el discernimiento. «A partir del reconocimiento del peso de los condicionamientos concretos, podemos agregar que la conciencia de las personas debe ser mejor incorporada en la praxis de la Iglesia en algunas situaciones que no realizan objetivamente nuestra concepción de matrimonio. Ciertamente que hay que alentar la maduración de una conciencia iluminada, formada y acompañada por el discernimiento responsable y serio del pastor, y proponer una confianza cada vez mayor en la gracia. Pero esa conciencia puede reconocer no solo que una situación no responde objetivamente a la propuesta general del Evangelio. También puede reconocer con sinceridad y honestidad aquello que por ahora, es la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios, y descubrir con cierta seguridad moral que esa es la entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo» (AL, n. 303). La exhortación apostólica es un gran documento por ser un escrito largo y por ser un documento importante. Las dimensiones de Amoris laetitia se explican por varios motivos. En la exhortación se recogen abundantemente párrafos de las dos Relaciones sinodales, de catequesis del papa Francisco y de otros documentos magisteriales, e incluso citas interesantes de teólogos y de personas dotadas de sabiduría y del don de la palabra. Es larga la exhortación porque está escrita con un estilo esponjado, ágil y bello. No es un escrito denso apto solo para técnicos; es de fácil lectura y comprensión. Aunque se lee sin necesidad de releer para entender bien, compensa siempre el trabajo de relecturas para percibir sugerencias interesantes antes inadvertidas. No es un escrito “plano”, sino rico y estimulante. Por otra parte, aunque los capítulos están bien trabados en el conjunto, se puede leer cada capítulo separadamente. El capítulo centrado en la Sagrada Escritura; el dedicado a los desafíos de la cultura y la sociedad actuales planteados a la familia; el bello capítulo cuarto, que trata del amor matrimonial, siguiendo el hilo conductor del llamado himno de la caridad (cf. 1 Cor 13), donde aparece que al amor genuino otras realidades le han robado indebidamente el nombre (santa Teresa de Jesús); el interesante capítulo sobre la educación de los hijos etc., pueden ser leídos por sí mismos. Igual que en una novela no se va directamente a ver el desenlace sin haber leído los capítulos precedentes, yo pediría que no se pase inmediatamente al octavo, donde los medios de comunicación fijaron su atención y atrajeron la de todos.
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Amoris letitia
Lo primero que pego es lo que más me ha chocado , pero para bien y que va casi al final del discurso.
Enumero.
1.
Este largo itinerario recorrido “sinodalmente” ha culminado en esta preciosa exhortación; no hay cambio de doctrina, como era de suponer, pero sí hay aliento nuevo, lenguaje nuevo y actitud nueva ante las variadas situaciones, que ya no son o todavía no son plenamente matrimonio cristiano. Abre caminos nuevos de actuación pastoral en la Iglesia, o, como dijo en la 14 presentación el cardenal Schönborn, “algo ha cambiado en el discurso eclesia”. -
2.
«La alegría del amor (Amoris laetitia) que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia»: así comienza la mencionada exhortación apostólica postsinodal, firmada por el papa el día 19 de marzo, fiesta de San José. Este comienzo se sitúa en la misma perspectiva de su primera exhortación apostólica, que a su vez era programática de su pontificado. «La alegría del Evangelio (Evangelii gaudium) llena el corazón y la vida entera de los que encuentran a Jesús». La carta apostólica dirigida a todas las personas consagradas en el inicio del Año de la Vida Consagrada lleva por título Testigos de la alegría. Estas coincidencias reiteradas e intencionadas nos llevan a la conclusión de que la alegría y el gozo del Evangelio iluminan el magisterio del papa Francisco. No es con mirada oscura y triste, sino gozosa y esperanzada por la salvación que proclama el Evangelio y comunica el encuentro con Jesucristo, impregnada por la misericordia de Dios, con la que contempla el papa Francisco a la humanidad en la hora presente. Esta alegría es compatible con las pruebas, ya que para los discípulos de Jesús crucificado y resucitado la cruz y la luz se armonizan en su existencia marcada por la Pascua 9 (cf. 1 Pe 1, 6-9; 4, 12-14). Esta alegría tiene su versión en el matrimonio cristiano, que dilata la amplitud del corazón. «La alegría matrimonial, que puede vivirse aun en medio del dolor, implica aceptar que el matrimonio es una necesaria combinación de gozos y de esfuerzos, de tensiones y de descanso, de sufrimientos y de liberaciones» (AL, n. 126). La visión que transmite la exhortación apostólica es realista con finura por la cercanía cordial a las personas en sus situaciones concretas, y también gozosa por el amor de Dios. No es difícil descubrir entre el papa Juan XXIII y el papa Francisco una afinidad de espíritu y de actitudes. Dios no es fuente de aflicción y tristeza, sino de gozo y paz. El Evangelio es Buena Noticia para los hombres, que alegra el corazón de quienes lo reciben y de los misioneros que lo anuncian. Por ello, un santo triste es un triste santo». Cargar con la cruz siguiendo al Señor vencedor del pecado y de la muerte fortalece el ánimo y otorga confianza. Ha sido una significativa coincidencia el que la publicación de la exhortación Amoris laetitia (AL) haya tenido lugar en el Año Jubilar de la Misericordia, ya que la lógica de la misericordia es clave del documento. Así leemos: «Es providencial que estas reflexiones se desarrollan en el contexto de un Año Jubilar dedicado a la misericordia, porque también frente a las más diversas situaciones que afectan a la familia, la Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona» (AL, n. 309). La misericordia del padre bueno de la parábola restituye al pródigo en la dignidad de hijo y lo reintegra en la casa paterna; en cambio, el rigor del hermano mayor, que se juzgaba cumplidor intachable de las órdenes del padre, excluía a su hermano y se negaba a entrar en la fiesta del perdón y de la alegría (cf. Lc 15, 11-32). «Dos lógicas recorren, según el papa Francisco, toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar. El camino de la Iglesia es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración. El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero; porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita. Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio» (AL, n. 297). Esto es válido para todos nosotros y también para los divorciados vueltos a casar. Por este dinamismo de la misericordia que tiende a integrar se comprende que nadie, aunque se halle en situación “irregular” por la unión matrimonial, debe considerarse excomulgado, al margen de la Iglesia y abandonado por Dios. No está remitido definitivamente solo a la misericordia de divina en su propio corazón y aisladamente, sino que puede continuar contando y viviendo en la Iglesia, que es casa de misericordia y sacramento de salvación. En diálogo cercano y confiado con otros cristianos y en movimiento de humilde retorno a Dios puede ser admitido por el ministro de la comunión eclesial en la vida y en las tareas de la Iglesia hasta donde ambos con sinceridad de conciencia y fidelidad evangélica, el presbítero y el cristiano que se halla en esa situación “irregular”, juzguen oportuno. En la exhortación apostólica es primordial el discernimiento cristiano. Supone la aceptación de la doctrina de la Iglesia y el respeto de las normas canónicas. Pero el discernimiento espiritual tiene algo de singular, ya que se trata de buscar la voluntad de Dios en una situación concreta de una persona singular. No basta para ello enumerar una casuística hasta el límite de lo previsible para encuadrar el caso concreto. Se requiere un aliento nuevo y una nueva actitud. El discernimiento, que nunca puede separarse de las exigencias de la verdad y del amor del Evangelio, busca abrirse a la Palabra de Dios que ilumina la realidad concreta de la vida de una persona, por definición irrepetible. Por ello, el discernimiento acontece en docilidad al Espíritu Santo. El discernimiento no significa ceder al individualismo ni al capricho de la persona; no es menos fiel al Evangelio que el atenimiento estricto a la letra. La conciencia personal, en que resuena la voz de Dios y brilla su luz, debe ser formada en el conocimiento del Evangelio y en la obediencia a Dios, pero no puede ser sustituida (cf. AL, n. 38); es como un santuario que nadie puede invadir. Como el discernimiento debe abrirse paso en la complejidad de una vida concreta con muchos condicionamientos, y como cada persona recorre su camino y tiene un ritmo propio de asimilación del Evangelio, no basta recordar y aplicar sin más los principios generales; debemos ejercitar la docilidad al Espíritu Santo, que actualiza, apropia y personaliza la Palabra de Dios en Jesucristo a cada cristiano. Acompañamiento de otros cristianos adultos, comunión leal en la Iglesia, obediencia fiel a Dios y escucha atenta de la conciencia convergen en el discernimiento. «A partir del reconocimiento del peso de los condicionamientos concretos, podemos agregar que la conciencia de las personas debe ser mejor incorporada en la praxis de la Iglesia en algunas situaciones que no realizan objetivamente nuestra concepción de matrimonio. Ciertamente que hay que alentar la maduración de una conciencia iluminada, formada y acompañada por el discernimiento responsable y serio del pastor, y proponer una confianza cada vez mayor en la gracia. Pero esa conciencia puede reconocer no solo que una situación no responde objetivamente a la propuesta general del Evangelio. También puede reconocer con sinceridad y honestidad aquello que por ahora, es la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios, y descubrir con cierta seguridad moral que esa es la entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo» (AL, n. 303). La exhortación apostólica es un gran documento por ser un escrito largo y por ser un documento importante. Las dimensiones de Amoris laetitia se explican por varios motivos. En la exhortación se recogen abundantemente párrafos de las dos Relaciones sinodales, de catequesis del papa Francisco y de otros documentos magisteriales, e incluso citas interesantes de teólogos y de personas dotadas de sabiduría y del don de la palabra. Es larga la exhortación porque está escrita con un estilo esponjado, ágil y bello. No es un escrito denso apto solo para técnicos; es de fácil lectura y comprensión. Aunque se lee sin necesidad de releer para entender bien, compensa siempre el trabajo de relecturas para percibir sugerencias interesantes antes inadvertidas. No es un escrito “plano”, sino rico y estimulante. Por otra parte, aunque los capítulos están bien trabados en el conjunto, se puede leer cada capítulo separadamente. El capítulo centrado en la Sagrada Escritura; el dedicado a los desafíos de la cultura y la sociedad actuales planteados a la familia; el bello capítulo cuarto, que trata del amor matrimonial, siguiendo el hilo conductor del llamado himno de la caridad (cf. 1 Cor 13), donde aparece que al amor genuino otras realidades le han robado indebidamente el nombre (santa Teresa de Jesús); el interesante capítulo sobre la educación de los hijos etc., pueden ser leídos por sí mismos. Igual que en una novela no se va directamente a ver el desenlace sin haber leído los capítulos precedentes, yo pediría que no se pase inmediatamente al octavo, donde los medios de comunicación fijaron su atención y atrajeron la de todos.